En la biblioteca vive el Mono de la Tinta. Se esconde entre mis libros y acecha mis tinteros. Cuando cree que no lo veo, olisquea mis lapiceras. Se trepa a una pila de libros y, por sobre mi hombro, trata de adivinar qué escribo. Escucho su respiración acompasada, anhelante, mientras lee. Lo sospecho en puntas de pie, haciendo equilibrio, pero, cuando me doy vuelta, siempre desaparece.

Dos cosas le gustan sobremanera: La tinta y las historias.

El otro día, al caer el sol, me acerqué silenciosamente. Me escondí en las sombras, detrás de las cortinas. La noche avanzaba lenta como el río espeso de mis sueños.

Entonces, cuando ya casi se me cerraban los párpados, lo vi: se acercó canturreando una cancioncita pegadiza y destapó todos los tinteros en un bailecito alegre. Después, sentado sobre sus patas sacó una historia del tintero con sus dedos largos.

“Había una vez…”. Y la tinta, sangre del cuento, se deshizo en gotas negras sobre el piso, desmigajándose en mil historias de dragones, de caballeros, de batallas, y en la historia de un mono que bebe tinta, una tinta negra y brillante, como los ojos negros del Mono de la Tinta

Gabi Casalins, septiembre de 2013

martes, 24 de diciembre de 2013



Ficha Técnica:


Título original: “A Christmas Carol”

Dirección: Robert Zemeckis

Año: 2009

País de origen: Estados Unidos

Duración: 96 min.

Guión: Robert Zemeckis, basado en el libro de Charles Dickens, editado en 1843

Producción: Disney Pictures

Música: Glen Ballard y Alan Silvestri

Elenco: Jim Carrey, Gary Oldman, Colin Firth.



     Muchos conocemos esta historia de ida y vuelta. Es probable que hayamos visto de chicos la versión de Mickey Mouse, o alguna otra versión televisiva. Muchos creerán, como creía yo de nena, que es una clásica historia de navidad, de las que se cuentan desde que el tiempo es tiempo. Sin embargo, esta historia es más joven de lo que suponemos, cuenta apenas 170 años. En la gran historia de la humanidad, un cuento de 170 años todavía está en el jardín de infantes.



Pero, a pesar de su corta edad, este cuento se ha hecho grande en los corazones de los lectores del mundo. Ha crecido para convertirse, antes de lo que canta un gallo, en un clásico de la  literatura ¿Qué es lo que lo hace tan grande? ¿Qué es lo que lo hace inolvidable? Eso les toca a ustedes averiguar, pero, como es nuestra tarea, les diremos a continuación lo que sospechamos…
  •        Todos tenemos un poco de Ebenizer Scrooge, el tacaño y ruin personaje principal, nos guste admitirlo o no. (Vamos, admítanlo).
  •     Todos hemos amado u odiado la navidad, por alguna u otra razón.
  •      Todos nos hemos sentido alguna vez sin esperanza.
  •     Todos hemos visto alguna vez algo maravilloso que nos ha hecho recuperarla (o lo veremos pronto).
  •     Y  por último… ¡A todos nos gustan los espíritus y nos dan miedo al mismo tiempo! (Y esta historia tiene unos cuantos). 

Creemos que lo hermoso de esta historia yace en que habla de todos nosotros, de lo que somos, de lo que nos dejamos ser y de lo que podemos hacer para transformarnos. Por momentos nos asusta, pero nos deja un inconfundible sabor a esperanza en el corazón.
Esta adaptación cinematográfica es fiel como un perro amigo. Si bien no puede incluir hasta el último detalle del cuento (porque la película duraría horas y horas), se esfuerza por mostrar los detalles más jugosos y por reproducir los diálogos tal cual los escribió el Señor Dickens. Además, aporta novedosas escenas de acción y efectos especiales, que no modifican en absoluto la trama principal y le brindan a la historia un tipo de magia que sólo puede encontrarse en el cine.
Razones para ver la película: es divertida, visualmente impactante, ideal para pasar un buen rato y recordar de lo que se trata la navidad.
Razones para leer el libro: disfrutar de una historia genial sin un sólo bache aburrido y conocer la voz de Charles Dickens, definitivamente un tipo gracioso, mordaz y al tiempo sensible, que a cualquiera le hubiera gustado tener de amigo.
Nuestro consejo: para ver o leer todas las navidades, es como una pila larga vida, no se gasta.

Temas para conversar con los papaces, mamaces, abuelos o tíos:
  •     ¿Cuáles son las cosas verdaderamente importantes en la vida?
  •     ¿Estamos en este mundo para preocuparnos sólo de nuestros asuntos?
  •  ¿Cómo incide en los demás la manera en que nos comportamos?
  •     ¿Qué tipo de actitud hace nuestra vida más feliz?

martes, 17 de diciembre de 2013

Un regalo para esta Navidad: un cuentito sobre Papá Noel, como era de prever. Lo escribí una Navidad, y ahora, se los regalo con unos dibujos que le hice, recordando cuánto me gustaba dibujar con lápices de colores cuando era chiquita. La Navidad tiene algo de vuelta a la infancia con sus aromas de galleta de jengibre y de  jazmines,¿no?
Si yo me animé a dibujar, ¡a ver si algún nene se anima y nos manda un cuento con sus dibujos!
¡Ah, me olvidaba...feliz Navidad para todos! 
Gabi Casalins






Para Belén
Lo que sucedió aquella Nochebuena no había sucedido NUNCA.  Los chicos de todo el mundo se quedaron sin regalos.  ¿Por qué? Y…, por EL INCONVENIENTE. Sí, lo que le pasó a Papá Noel en la chimenea de mi casa nueva.
Nadie le avisó al pobre que la chimenea  no cumplía con las normas anti- atascamiento navideño.  Y es que nosotros, los chicos de la casa, tampoco lo sabíamos. Pero lo peor vino después, porque si bien todos forcejeamos,  y con Clarita le pusimos aceite y crema en la panza y mis papás hasta llamaron a los bomberos, el pobre  continuó atrancado, con medio  cuerpo para afuera, a la vista de las estrellas y después y para peor, del sol. Y TODOS  sabemos que Papá Noel anda de noche y que no l-e  g-u-s-t-a para nada que lo vean de día.
Clarita me miró seria y mientras el labio de arriba le temblaba como cuando está por largarse a llorar, me dijo:
-Nacho, ¿y si después de este papelón no quiere volver? ¿Y si no quería que lo viéramos? ¿Y si después de esto se acaba la Navidad…?
Yo me quedé pensando y no le contesté nada, porque esas preguntas, hacía rato que me las había hecho yo mismo, desde el momento en que escuché los pataleos y los ruidos en el techo y lo encontré trabado.

Los arquitectos modernos  no entienden nada o se hacen los tontos para ahorrar materiales o en los planos dibujan una cosa y después hacen otra. La cosa es que el pobre Papá Noel se quedó atascado por primera vez en la historia y, para peor, tuvo que ser en mi casa.
La de la idea brillante fue la abuela Cora. Le atamos una soga debajo de los brazos y después atamos el otro extremo al patín del trineo. Papi le gritó a Rudolph que tiraran porque Papá Noel estaba tan apretado que su ¡JO-JO-JO! se  escuchaba como un ¡Jiiiiiiiiiiiiiiii!, y los renos no entendían nada.
Salir, salió, a eso de las dos de la tarde, todo traspirado y con la nariz roja como un tomate por el esfuerzo. Mamá le sirvió limonada y tía Mabel, como siempre, aportó su comentario “DIET”:
            -¿Será limonada light, no, Mecha? Mirá que este señor debe tener un índice de grasa corporal inmenso debajo de la casaca roja.
            Papá Noel se miró la panza y le dijo:
            -¿Le parece que estoy gordo?
            Tía Mabel lo miró de arriba a abajo, como hace ella, y después se acomodó los anteojos de sol, sobre la nariz. En seguida contestó:
            -Y, si quiere le puedo recomendar a mi nutricionista, es fantástica. Tiene unas pastillitas que son mágicas.
Y ahí nomás sacó una tarjetita rosa que el pobre Papá Noel miró y se metió en el bolsillo.
Clari me dio un codazo de esos que me da ella para  hacerme hablar cuando ella no sabe qué decir, porque HABÍA que decir algo en ese momento. Yo, tartamudeando un poco, dije una gansada:
-¿Volvés esta noche Papá Noel?
Él, con una mirada preocupada, mientras metía la bolsa en el trineo con una mano y con la otra se rascaba la barba, me contestó:
            -Y, no, Nacho. La Nochebuena ya pasó. Veremos el año que viene…
            Y se alejó por el cielo de las dos de la tarde mientras la gente del barrio gritaba “¡Feliz navidad! ¡Feliz Navidad!” y mi papá se peleaba en el celular con el arquitecto por enésima vez.
*
Y sí,  lo peor sucedió el año siguiente, el ocho de diciembre para ser más preciso, cuando nos llegó el mail a casa con las fotos. El mail decía:
“Nacho y Clari, esto es URGENTE. Faltan pocos días para Navidad y vean lo que está pasando. En archivo adjunto van las fotos. Estoy desesperada y ya no sé qué hacer. No sólo come comida diet, hace cinta, bicicleta, camina 10 km diarios en la nieve sino que anda con una vincha de toalla, muñequeras y zapatillas todo el día. El traje le queda enorme y está chocho. El problema es GRAVE. El otro día se subió al trineo para probar el peso de las bolsas y por más que los renos hacían fuerza, el trineo se iba para arriba, para arriba, porque faltaba  su peso mágico para equilibrarlo. Al final se tuvieron que colgar veinte duendes de los patines para aterrizarlo de nuevo. Y él ni se inmutó. Dijo que le pongan unas cuantas piedras, pero ni así se soluciona este problema. Agregó para mi asombro que  él estaba cansado y que saliera yo a repartir los juguetes. ¿Se imaginan? Está tan débil que ya ni se ríe. A ver chicos qué se les ocurre, porque está a dieta desde diciembre del año pasado, cuando se quedó trabado en su chimenea. LA NAVIDAD PELIGRA.
Mamá Noel DESESPERADA”.


         

Las fotos eran patéticas: en todas Papá Noel aparecía es shorts verdes, musculosa roja,  vincha de toalla rayada en verde y rojo y zapatillas deportivas. Se había convertido en un viejito huesudo, amarillo y arrugadito y las rodillas parecían dos pelotitas de tenis en las piernas flacas. Me hizo acordar al abuelo Pedro, cuando se pone la malla para ir a pescar a la playa en Mar Azul. ¡Un horror! Con Clari nos miramos y los dos gritamos al  mismo tiempo:
            -¿Y la PANZA?
            Porque Papá Noel ya no tenía LA PANZA, y la culpa de todo era nuestra, de la chimenea de casa, del arquitecto y de tía Mabel y su manía de las dietas.
            -¿Qué hacemos Nacho?- me dijo Clari mientras le temblaba el labio. Y no sé si por la desesperación  o porque no me gusta que Clari llore, se me ocurrió la IDEA.
            A la tarde ya habíamos escrito el mail. Decía:
            “Chicos del mundo: Papá Noel está a dieta, flaco y deprimido. La culpa la tiene nuestra tía Mabel que le metió la idea en la cabeza de que estaba gordo cuando el año pasado se quedó trancado en nuestra chimenea. ¿Se acuerdan? LA NAVIDAD PELIGRA. Manden todos una carta con alguna golosina pidiéndole que coma. Estamos a tiempo de recuperar “LA PANZA”.
                                                                       Nacho y Clari desde Argentina”.
            A los tres días nos llegó un nuevo mail de mamá Noel. Decía:
            “Chicos: todo OK. Llegaron más de dos millones de cartas acompañadas de galletas de jengibre, caramelos navideños, panettones, panes dulces, turrones, y garrapiñadas. Desde hace tres días está sentado en su trono leyendo, llorando de felicidad y comiendo. Ya recuperó el JO-JO-JO y LA PANZA  ya se le escapa del short. ¡Feliz Navidad para todos!
Mamá Noel FELIZ”.
            Y así fue que solucionamos “EL INCOVENIENTE”, mejor dicho “LOS” varios inconvenientes. 
             A mi tía Mabel la agarramos después con Clari y nos prometió comerse un pedazo de turrón la Nochebuena, cuando se enteró de lo que había provocado. Yo creo que se asustó y ya no piensa tanto en cirugías estéticas.
            ¡Ah, ya se me olvidaba! Mi papá también consiguió que sancionaran una nueva ordenanza con las medidas reglamentarias para las chimeneas navideñas. Ahora son todas XL.

Gabi Casalins , diciembre de 2013